domingo, 11 de abril de 2010

EL EGOISTA


¿Cuántos de los que leen esto somos egoístas? ¿Cuántos nos pasamos el día sintiéndonos el centro del mundo y pensando en nuestros sentimientos obsesivamente? Seremos egoístas? ¿Qué piensan? ¿Sólo nos escuchamos nosotros mismos?

En general, el egoísmo, del griego ego [yo] e ismo [doctrina o práctica], se define como aquella conducta consistente en poner los intereses propios en primer lugar, lo contrario al altruismo.

El egoísmo es diferente al amor propio, que es necesario y saludable, porque el egoísta no siente amor hacia su persona, sino desprecio y quiere todo para él porque se siente miserable y vacío. La diferencia entre el amor propio y el egoísmo es que mientras el primero es el sentimiento de respeto por uno mismo, que no puede ceder su propio espacio, el segundo es la pretensión de utilizar a los otros para su propio beneficio, manipulándolos como objetos.

Buda decía que si la gente no se odiara tanto a si misma, habría menos sufrimiento en el mundo, porque el odio hacia si mismo se proyecta con agresividad y violencia. El hombre egoísta está sólo y aislado, por eso trata de llenar su vida con objetos. Su personalidad puede ser depresiva con rasgos obsesivos. El egoísta se va quedando solo por elección, porque es incapaz de compartir nada.

El egoísta según Freud, o avaro, tiene un trauma en la etapa sádico anal. La fijación en esa etapa produce un modo de relación sadomasoquista y un apego desmedido por el dinero (símbolo de las heces) del cual no quiere desprenderse, por placer, recreando el mismo placer infantil que le producía la contención de las heces.

Un cuento para pensar "El Egoísta":

"-La única razón por la que vine es para contarles un cuento-, dijo el viejo al entrar a unos cuantos hombres que ocupaban una mesa en la taberna de ese oscuro pueblo perdido en las montañas. Hacía frío y aunque no era tarde, pocos se atrevían a salir por la copiosa nevada; y sólo la tenue luz de los faroles intentaba abrirse paso a través de la nieve, logrando apenas iluminar la calle. El recién llegado se acercó al fuego para calentar sus manos y se sentó frente a ellos sonriendo, mientras observaba con picardía las caras ansiosas de sus amigos que esperaban impacientes su relato. Había una vez un hombre muy egoísta que vivía en un pequeño pueblo. Se mantenía con una renta heredada y pasaba todos los días del año encerrado en su casa. En eso consistía la vida para él, en una continua sucesión de días con sus noches, durante la mayoría de las cuales le resultaba muy difícil conciliar el sueño. Le complacía contar su dinero a diario como un ritual, para guardarlo luego en una antigua caja con candado. Un día, se desató en esa región una gran tormenta que duró varios días. Grandes inundaciones asolaban esa comarca y mucha gente estaba en peligro de morir ahogada sin la posibilidad de que nadie la socorriera. Los servicios de salvamento resultaban insuficientes y la ayuda que podían brindar era escasa. El hombre egoísta, que vivía en la parte alta del pueblo, se pasaba largas horas mirando caer la lluvia a través del vidrio de una pequeña ventana, indiferente a los padecimientos de sus vecinos, mientras pensaba interiormente qué suerte tenía de vivir en ese lugar tan alto mientras otros infelices se estaban ahogando. Su egoísmo no consideraba la posibilidad de prestar ayuda y aplacaba su conciencia pensando que era muy difícil que alguien viniera a salvarlo a él si estuviera en peligro. Pero esa noche tuvo un sueño. Soñó que su casa había sido alcanzada por la correntiada y que él estaba a punto de hundirse en el agua. Había creído hasta ese momento que estaba preparado para enfrentar a la muerte, sin embargo en su sueño comenzó a gritar desesperadamente pidiendo ayuda. Se despertó gritando todavía, con la desesperación propia del que sabe que nadie lo oye ni acude para salvarlo. La lluvia había cesado y sólo se escuchaba el silencio, porque hasta los pájaros habían huido hacia otra parte. Se puso las botas y su gruesa capa de abrigo, y se presentó en la parroquia, donde se estaba organizando una campaña de ayuda a los damnificados".

¿Hasta qué punto no actuamos como el egoísta del cuento? sólo actuamos cuando creemos que quizá nos pase a nosotros lo mismo. Mientras tanto nos quedamos quietos y solo nos interesa nuestro mal. ¿Y el de los demás? Quizás si aprendemos a no ser egoístas mejoraríamos mucho. El egoísmo suele verse más como un fenómeno del lado de los antivalores que del trastorno.

Decimos que el egoísta es indoloro, mezquino o miserable, pero nunca lo vemos como una posible patología; ¿acaso la gula no ha sido elevada (¿o devaluada?) al rango de "trastorno de la conducta alimentaría"?

Desde mi punto de vista, hay que considerarlo como una enfermedad del yo acaparador. Además de un acto de mala educación, es un atentado a los derechos humanos, una violación del principio de la reciprocidad, una conducta depredadora, o si quiere, un patrón antisocial.

A veces la avidez es tan arraigada, es tan visceral, tan destructiva, que para modificarla se requiere la intervención psicológica o psiquiátrica. No disculpo a los egoístas, sino afirmo que están aquejados de una enfermedad perversa. Un hombre violador o golpeador, además de recibir sanción moral, debe ser atendido clínicamente.

En un conocido diccionario, Egoísmo se define como; "Inmoderado y excesivo amor que uno tiene por si mismo y que le hace tender desmedidamente a su propio interés", sufre de egocentrismo: "Soy el centro del universo". El egocéntrico, inevitablemente, desconoce a todo interlocutor y destruye toda posibilidad de relación: "Sólo yo existo". El inmoderado y excesivo amor por si mismo hace referencia de la egolatría, lo que se conoce como mecanismo o culto al ego. El Ególatra desconoce la empatía. No posee la capacidad de amar porque el amor propio le demanda todo su potencial afectivo.

Siguiendo las premisas de la ética de la consideración, la asertividad bien entendida trata de equilibrar el yo autónomo (independiente) con el yo considerado (interpersonal). La combinación de ambos me permite comprometerme con la red social/afectiva a la cual pertenezco y sostener al mismo tiempo un territorio de reserva personal. Laín Entralgo se refiere al momento coafectivo de la relación interpersonal, determinado por dos aspectos afectivos fundamentales, sin los cuales no puede existir ninguna relación: (a) la compasión (padecer íntimamente con el otro sus vivencias penosas) y (b) la congratulación (gozar íntimamente con el otro las vivencias gozosas).

¿Qué es ser egoísta?: Es renunciar a la condición humana, a lo coafectivo, es desconocer que somos prolongaciones de los demás. Aunque a los egoístas no les guste, estamos conectados unos a otros por naturaleza, intercalados, apretados, casi abrazados, de tal manera que ignorar al prójimo es negarse a si mismo. La carencia de amor, la ausencia de empatía y la indiferencia acaparadora son formas de agresión encubierta, violencia enfermiza que merece, además de repudio, ayuda profesional. De no ser así, seríamos egoístas con los egoístas: una bola de nieve de enemistad aplastante.

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