domingo, 11 de abril de 2010

TEORIA DE LAS VENTANAS ROTAS


En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Profesor Phillip Zimbardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio.

Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser vandalizado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, el radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron y lo que no lo destruyeron. En cambio, el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto.

Es común atribuir a la pobreza las causas del delito. Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí, cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores rompieron un vidrio del automóvil de Palo Alto.

El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre.

¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo?

No se trata de pobreza. Evidentemente es algo que tiene que ver con la psicología humana y con las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que vale todo. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional.

En experimentos posteriores (James Q. Wilson y George Kelling) desarrollaron la "teoría de las ventanas rotas", misma que desde un punto de vista criminológico concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.

Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro y esto parece no importarle a alguien, entonces allí se generará el delito. Si se cometen "pequeñas faltas" (estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego delitos cada vez más graves.

La teoría de las ventanas rotas fue aplicada por primera vez a mediados de la década de los 80 en el metro de Nueva York, el cual se había convertido en el punto más peligroso de la ciudad. Se comenzó por combatir las pequeñas transgresiones: grafitis deteriorando el lugar, suciedad de las estaciones, ebriedad entre el público, evasiones del pago del pasaje, pequeños robos y desórdenes. Los resultados fueron evidentes. Comenzando por lo pequeño se logró hacer del metro un lugar seguro.

Posteriormente, en 1994, Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, basado en la teoría de las ventanas rotas y en la experiencia del metro, impulsó una política de "tolerancia cero".

La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana.

El resultado práctico fue un enorme abatimiento de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York.

La expresión "tolerancia cero" suena a una especie de solución autoritaria y represiva, pero su concepto principal es más bien la prevención y promoción de condiciones sociales de seguridad.

No se trata de linchar al delincuente, no es tolerancia cero frente a la persona que comete el delito, sino tolerancia cero frente al delito mismo.

Se trata de crear comunidades limpias, ordenadas, respetuosas de la ley y de los códigos básicos de la convivencia social humana.

TIPOLOGÍAS DE HOMBRES VIOLENTOS CONTRA LA PAREJA


La violencia contra la pareja constituye un problema grave y creciente, al menos en el número de denuncias. Por ello, ha habido un interés por parte de los psicólogos en establecer tipos de hombres violentos para delimitar con precisión el problema y adoptar las medidas adecuadas.

Desde hace algo más de una década, el debate sobre las tipologías se ha enfocado desde dos puntos de vista. Por una parte, la clasificación de Gottman et al. (1995) propone la existencia de dos tipos de agresores: a) Tipo I: registran un descenso en su frecuencia cardiaca ante una discusión de pareja, se comportan habitualmente de forma violenta con otras personas (amigos, compañeros de trabajo, desconocidos, etc.) y suelen mostrar características antisociales y violentas, junto con dependencia al alcohol o a las drogas; y b) Tipo II: ante una discusión de pareja presentan un aumento de su frecuencia cardiaca (respuesta habitual en la mayoría de las personas), suelen mostrar características pasivo-agresivas, ira crónica y un estilo de apego inseguro, así como algunos trastornos de personalidad (especialmente, por evitación y límite). En el primer caso, se ejerce una violencia instrumental, la conducta agresiva es planificada y no suele generar sentimientos de culpa. En el segundo, por el contrario, se trata de una violencia impulsiva, caracterizada por una conducta modulada por la ira y que refleja dificultades en el control de los impulsos o en la expresión de los afectos.

Por otra parte, el grupo de Holtzworth-Munroe (1994, 2004) establece tres tipos de agresores contra la pareja:

a) Limitados al ámbito familiar, que centran su violencia en la pareja e hijos y constituyen la mayoría (entre el 35% y el 50%), con una violencia de menor frecuencia y gravedad que en los grupos restantes y sin que haya alteraciones psicopatológicas. Después de un episodio violento suelen arrepentirse y reprueban el uso de la violencia.

b) Borderline/disfóricos (o impulsivos): representan el 15%-25% de los agresores y habitualmente maltratan física, psicológica y sexualmente, con una violencia de intensidad media o alta que, generalmente, va dirigida contra su pareja y otros miembros de la familia. Asimismo, son frecuentes en ellos ciertas características tales como impulsividad, inestabilidad emocional, cambios rápidos de humor e irascibilidad que suelen encajar con el trastorno límite de la personalidad.

c) Violentos en general/antisociales (o instrumentales): suponen entre el 16% y el 25% de los agresores. Hacen un uso instrumental de la violencia física y psicológica, que se extiende más allá del ámbito familiar, para conseguir lo que desean y superar sus frustraciones. Su violencia es de mayor frecuencia e intensidad que la de los grupos anteriores. Son muy característicos el narcisismo y la manipulación psicopática y menos los problemas relacionados con el control de la ira. También es más probable que consuman abusivamente alcohol y drogas y que tengan o hayan tenido problemas legales por sus conductas antisociales.

Estudios más recientes han identificado nuevos subtipos de agresores, como por ejemplo, el antisocial de bajo nivel, o bien se han centrado en otras variables de clasificación, tales como las características psicopatológicas y de personalidad, las etapas y procesos de cambio vinculados a la motivación para el tratamiento, los problemas con el control de la ira, etc.

La identificación de tipologías de agresores, junto con el análisis de otras características intrapersonales del agresor y del contexto, permitirá diseñar el tratamiento más adecuado según las necesidades de cada caso, pudiéndose de este modo mejorar los resultados terapéuticos. Tentativamente se han dado algunas indicaciones terapéuticas en función de las diferentes tipologías:

Para los agresores cuya violencia se limita al ámbito familiar y es de baja frecuencia y gravedad, se pueden abordar estrategias para el control de la ira, así como para la modificación de las ideas distorsionadas sobre la mujer y la violencia; en otros casos, podría ser conveniente la terapia de pareja cuando la violencia sea claramente bidireccional y ambos miembros de la pareja estén de acuerdo en ello.

En agresores borderline habría que centrar la intervención, además de en las distorsiones sobre la mujer y sobre el uso de la violencia, en la regulación de la ira, los celos y la dependencia emocional. En estos casos, estaría contraindicada la terapia de pareja y habría que prestar atención al resto de psicopatología presente (estado de ánimo depresivo, TLP, consumo abusivo de alcohol y de drogas).

Para aquellos agresores con características antisociales, que ejercen una violencia de mayor gravedad y presentan abuso de alcohol o drogas, junto a problemas legales, se recomiendan tratamientos cognitivo-conductuales centrados en cambiar las contingencias de su conducta violenta e intervenciones psicosociales muy directivas, con equipos profesionales amplios y, en ocasiones, en contextos institucionales. Ciertamente este último grupo supone un gran reto para nuestra sociedad y para los profesionales, dado que es el menos receptivo a los tratamientos psicosociales y el que presenta una mayor tasa de rechazos y de abandonos del tratamiento, lo que hace más probable su reincidencia.

NO MUERAS JOVEN


El cuerpo humano está formado por órganos que trabajan de forma precisa y sincronizada y que sólo requieren de unos cuidados elementales para su buen funcionamiento.

En esta serie producida por la BBC, la doctora Alice Roberts, médico especialista y profesora de anatomía en la Universidad de Bristol (Reino Unido), desvela las funciones de los órganos y explica, con casos prácticos, lo que ocurre cuando falla alguno de ellos.

Una guía por el interior del cuerpo humano que recorre el corazón, los pulmones, los riñones, el cerebro, los ojos y la piel para mostrar cómo son cada uno de ellos y su trabajo en el organismo. La doctora Roberts detalla de forma visual y sencilla la aportación de cada órgano al conjunto del cuerpo y, además de los ejemplos que expone en su laboratorio, sale a la calle y a otros lugares públicos para conversar con la gente y comprobar lo que saben.

Los diferentes capítulos aportan información precisa sobre los órganos vitales y profundizan en el cuidado y la prevención o tratamiento de enfermedades comunes como diabetes, asma, cataratas e hipertensión, entre otras.

EL EGOISTA


¿Cuántos de los que leen esto somos egoístas? ¿Cuántos nos pasamos el día sintiéndonos el centro del mundo y pensando en nuestros sentimientos obsesivamente? Seremos egoístas? ¿Qué piensan? ¿Sólo nos escuchamos nosotros mismos?

En general, el egoísmo, del griego ego [yo] e ismo [doctrina o práctica], se define como aquella conducta consistente en poner los intereses propios en primer lugar, lo contrario al altruismo.

El egoísmo es diferente al amor propio, que es necesario y saludable, porque el egoísta no siente amor hacia su persona, sino desprecio y quiere todo para él porque se siente miserable y vacío. La diferencia entre el amor propio y el egoísmo es que mientras el primero es el sentimiento de respeto por uno mismo, que no puede ceder su propio espacio, el segundo es la pretensión de utilizar a los otros para su propio beneficio, manipulándolos como objetos.

Buda decía que si la gente no se odiara tanto a si misma, habría menos sufrimiento en el mundo, porque el odio hacia si mismo se proyecta con agresividad y violencia. El hombre egoísta está sólo y aislado, por eso trata de llenar su vida con objetos. Su personalidad puede ser depresiva con rasgos obsesivos. El egoísta se va quedando solo por elección, porque es incapaz de compartir nada.

El egoísta según Freud, o avaro, tiene un trauma en la etapa sádico anal. La fijación en esa etapa produce un modo de relación sadomasoquista y un apego desmedido por el dinero (símbolo de las heces) del cual no quiere desprenderse, por placer, recreando el mismo placer infantil que le producía la contención de las heces.

Un cuento para pensar "El Egoísta":

"-La única razón por la que vine es para contarles un cuento-, dijo el viejo al entrar a unos cuantos hombres que ocupaban una mesa en la taberna de ese oscuro pueblo perdido en las montañas. Hacía frío y aunque no era tarde, pocos se atrevían a salir por la copiosa nevada; y sólo la tenue luz de los faroles intentaba abrirse paso a través de la nieve, logrando apenas iluminar la calle. El recién llegado se acercó al fuego para calentar sus manos y se sentó frente a ellos sonriendo, mientras observaba con picardía las caras ansiosas de sus amigos que esperaban impacientes su relato. Había una vez un hombre muy egoísta que vivía en un pequeño pueblo. Se mantenía con una renta heredada y pasaba todos los días del año encerrado en su casa. En eso consistía la vida para él, en una continua sucesión de días con sus noches, durante la mayoría de las cuales le resultaba muy difícil conciliar el sueño. Le complacía contar su dinero a diario como un ritual, para guardarlo luego en una antigua caja con candado. Un día, se desató en esa región una gran tormenta que duró varios días. Grandes inundaciones asolaban esa comarca y mucha gente estaba en peligro de morir ahogada sin la posibilidad de que nadie la socorriera. Los servicios de salvamento resultaban insuficientes y la ayuda que podían brindar era escasa. El hombre egoísta, que vivía en la parte alta del pueblo, se pasaba largas horas mirando caer la lluvia a través del vidrio de una pequeña ventana, indiferente a los padecimientos de sus vecinos, mientras pensaba interiormente qué suerte tenía de vivir en ese lugar tan alto mientras otros infelices se estaban ahogando. Su egoísmo no consideraba la posibilidad de prestar ayuda y aplacaba su conciencia pensando que era muy difícil que alguien viniera a salvarlo a él si estuviera en peligro. Pero esa noche tuvo un sueño. Soñó que su casa había sido alcanzada por la correntiada y que él estaba a punto de hundirse en el agua. Había creído hasta ese momento que estaba preparado para enfrentar a la muerte, sin embargo en su sueño comenzó a gritar desesperadamente pidiendo ayuda. Se despertó gritando todavía, con la desesperación propia del que sabe que nadie lo oye ni acude para salvarlo. La lluvia había cesado y sólo se escuchaba el silencio, porque hasta los pájaros habían huido hacia otra parte. Se puso las botas y su gruesa capa de abrigo, y se presentó en la parroquia, donde se estaba organizando una campaña de ayuda a los damnificados".

¿Hasta qué punto no actuamos como el egoísta del cuento? sólo actuamos cuando creemos que quizá nos pase a nosotros lo mismo. Mientras tanto nos quedamos quietos y solo nos interesa nuestro mal. ¿Y el de los demás? Quizás si aprendemos a no ser egoístas mejoraríamos mucho. El egoísmo suele verse más como un fenómeno del lado de los antivalores que del trastorno.

Decimos que el egoísta es indoloro, mezquino o miserable, pero nunca lo vemos como una posible patología; ¿acaso la gula no ha sido elevada (¿o devaluada?) al rango de "trastorno de la conducta alimentaría"?

Desde mi punto de vista, hay que considerarlo como una enfermedad del yo acaparador. Además de un acto de mala educación, es un atentado a los derechos humanos, una violación del principio de la reciprocidad, una conducta depredadora, o si quiere, un patrón antisocial.

A veces la avidez es tan arraigada, es tan visceral, tan destructiva, que para modificarla se requiere la intervención psicológica o psiquiátrica. No disculpo a los egoístas, sino afirmo que están aquejados de una enfermedad perversa. Un hombre violador o golpeador, además de recibir sanción moral, debe ser atendido clínicamente.

En un conocido diccionario, Egoísmo se define como; "Inmoderado y excesivo amor que uno tiene por si mismo y que le hace tender desmedidamente a su propio interés", sufre de egocentrismo: "Soy el centro del universo". El egocéntrico, inevitablemente, desconoce a todo interlocutor y destruye toda posibilidad de relación: "Sólo yo existo". El inmoderado y excesivo amor por si mismo hace referencia de la egolatría, lo que se conoce como mecanismo o culto al ego. El Ególatra desconoce la empatía. No posee la capacidad de amar porque el amor propio le demanda todo su potencial afectivo.

Siguiendo las premisas de la ética de la consideración, la asertividad bien entendida trata de equilibrar el yo autónomo (independiente) con el yo considerado (interpersonal). La combinación de ambos me permite comprometerme con la red social/afectiva a la cual pertenezco y sostener al mismo tiempo un territorio de reserva personal. Laín Entralgo se refiere al momento coafectivo de la relación interpersonal, determinado por dos aspectos afectivos fundamentales, sin los cuales no puede existir ninguna relación: (a) la compasión (padecer íntimamente con el otro sus vivencias penosas) y (b) la congratulación (gozar íntimamente con el otro las vivencias gozosas).

¿Qué es ser egoísta?: Es renunciar a la condición humana, a lo coafectivo, es desconocer que somos prolongaciones de los demás. Aunque a los egoístas no les guste, estamos conectados unos a otros por naturaleza, intercalados, apretados, casi abrazados, de tal manera que ignorar al prójimo es negarse a si mismo. La carencia de amor, la ausencia de empatía y la indiferencia acaparadora son formas de agresión encubierta, violencia enfermiza que merece, además de repudio, ayuda profesional. De no ser así, seríamos egoístas con los egoístas: una bola de nieve de enemistad aplastante.

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