sábado, 19 de septiembre de 2009

¿EL MODELO DE FAMILIA TRADICIONAL ESTÁ EN DECADENCIA?


¿Los cuestionamientos que se le hacen actualmente al modelo de “familia tradicional” se producen con la intención de sostener nuevos modelos familiares -tales como la familia homoparental o la familia monoparental-, o se producen porque verdaderamente ese antiguo modelo está en decadencia? ¿Es necesario encontrar un modelo alternativo al de la “familia tradicional”?

Deborah Fleischer: No creo que haya que encontrar un modelo alternativo, sino respetar distintos estilos. En esta época donde se pone en cuestión la totalidad, es posible hacer un listado extenso y variado de estilos de vida. Al no haber familia ideal, ni ideal de buena vida, hay que tener en cuenta las transformaciones. Ciertas transformaciones se presentan como no necesariamente patológicas. Entre la postura conservadora de que la solución de los problemas familiares es un retorno a la lealtad y la autoridad, y la creencia progresista en el cambio de las costumbres como ampliación de la felicidad, existe la realidad de las disonancias efectivas. Estos estilos rompen con la idea de esencia. Hay, entonces, familias esencialmente diversas.

Mónica Coronado: Según mi criterio, los cuestionamientos a la familia tradicional emergen de su propia fractura como modelo. Con o sin una intención ulterior. Indudablemente han mutado las circunstancias históricas que la organizan como “institución” -como ha acontecido a lo largo del tiempo aunque de forma menos abrupta que en las últimas épocas- instaurando nuevas formas posibles de organización que son resistidas. Desde otra posición, algunos de estos cuestionamientos tienen un elemento invisibilizado pero muy potente, de género. Gran parte de la reciente decadencia del modelo denominado “tradicional” se produce a partir de la llamada “liberación de la mujer”. Se trata de una crisis que ha generado desestructuraciones importantes, cuyos efectos, a menudo adversos, se hacen sentir. Los roles típicamente masculinos y femeninos se desdibujan y surgen otros. Cuesta entonces encajar, esta ruptura de la familia tradicional, en una sociedad que continúa siendo patriarcal. La esperada insubordinación femenina constituyó el inicio de una crisis de los roles sexuales y por ende, de la familia tradicional. Esta crisis, constituye una urgente y necesaria invitación para repensarla, reconstruirla y diseñarla, como ha sucedido tantas veces a lo largo de la historia; ocasión para revisar compromisos y modelos de distribución de roles, responsabilidades y tareas, y, asimismo, desarrollar nuevos modos de cooperación. Indudablemente, hay muchas familias que han encontrado un modelo alternativo de familia, o que negocian diariamente para lograrlo. En este modelo mutual, que descansa sobre la noción de sistema y no de rol, que es recíproco y solidario, se redistribuye el poder y se comparte la responsabilidad.

Mercedes Minnicelli: La respuesta a esta pregunta no es tan sencilla ya que, los cuestionamientos al modelo de "familia tradicional" pueden tener diferentes vías de análisis. En primer lugar, lo que se llama "familia tradicional" conserva la impronta de las formas hegemónicas de agrupamiento familiar promovidas por los ideales de orden y progreso propios a la modernidad, conservadores de los fundamentos del Derechos Romano respecto a la paternidad y a la propiedad. Los estudios historiográficos nos enseñan que, a lo largo de los tiempos, siempre hubo "formas familiares" -concepto acuñado por el historiador argentino Ricardo Cicerchia- diversas, diferentes, alejadas de los modelos que las hegemonías de turno podrían pretender presentar como únicas y naturales. El hecho de que paulatinamente dichas formas familiares se hayan podido hacer visibles, hayan ganado aceptación y sean objeto de estudio y debate es fruto de un intenso trabajo de desmitificación producido a lo largo del siglo XX de manera prioritaria, tanto por movimientos sociales como por los estudios de las ciencias sociales que desde la década del ‘70 ubicaron a la familia y a la infancia como objeto de estudio; promoviendo -a su vez- transformaciones legislativas.

El psicoanálisis ha develado el valor formativo, para el sujeto, de los procesos identificatorios entre padres e hijos. Pero estos descubrimientos se desarrollaron en una época, la victoriana, en la que predominaba el modelo de “familia tradicional”.

¿Cómo cree que puede influir en el desarrollo socio-afectivo de un niño o joven criarse en el contexto de una familia como la actual, tan diferente a aquella, en el sentido de los valores y la moral social que la sustenta?

DF: La reina Victoria no parece haber sido una "santa", pero en esa época no predominaba lo público sobre lo privado como en la actualidad. Aparte de este dato, la diversidad señalada permite al psicoanálisis interpretar los distintos discursos sobre la familia, y romper al mismo tiempo con el anhelo academicista de las clasificaciones. En los últimos años, el matrimonio heterosexual monogámico (en la familia occidental) ha perdido el monopolio de la sexualidad legítima, y el cuidado de los hijos no ocurre siempre bajo el mismo techo. Entre los teóricos, hay coincidencia en señalar la caída del lugar del padre en la familia, sin coincidir sin embargo en sus consecuencias. Lejos de una reducción a la familia biológica: madre, padre, hijos, sostenida en el matrimonio, la familia moderna es esencialmente compleja y parece haber sufrido transformaciones en las distintas dimensiones que conforman las funciones organizativas clásicas de familia. Estas transformaciones han sido abordadas de muy distintas maneras. Frente a la plasticidad de las representaciones sociales sobre la familia, cuestionadas por algunos y avaladas por los que critican esta posición, existe un tercer abordaje, el de las transformaciones familiares, que intenta pensar márgenes más amplios para la vida de la familia moderna, sin por eso dejar de considerar que hay también patología en sus tránsitos de cambio. Tener en cuenta estos márgenes tendrá incidencias sobre la clínica. Hay que conceptualizar a la familia más allá de sus actores reales. Sucede, por ejemplo, que el psicoanalista no piensa que el genitor pueda confundirse con el padre. No hay nada menos natural que ser padre. Hay que diferenciar, entonces, las transformaciones que se operan en la familia “tipo” de los lugares comunes sobre la decadencia. En este sentido, concuerdo con Zafiropoulus (2001), quien en las conclusiones de su tesis sostiene que “No está pues confirmado que la declinación de la imagen paternal y de la familia patriarcal dé cuenta de los ‘symtômes’ de nuestra actualidad”. La “salud mental” después de Sigmund Freud, Melanie Klein y Jacques Lacan enfrenta la regla general con la particularidad del sujeto, particularidad que he llamado “lo microscópico”, particularidad que va además contra una química de la felicidad. “Entre la tautología que dice que las cosas son como son y la paradoja de afirmar que es necesario cambiarlas para que realmente sean, se establece una dinámica cuya ruptura puede llamarse síntomas” (García, 1997).

MC: El contexto histórico condiciona la producción de teoría, como también su posterior y constante revisión. Los procesos de constitución subjetiva acontecen hoy en contextos inciertos y cambiantes. La crianza de un niño o niña en una familia actual, que puede ser, por ejemplo, monoparental o ensamblada, acontece en un marco de “normalidad” (por lo menos estadística) sin referencia implícita o explícita a un deber ser al cual no responde. Es decir, el/la niño/a es criado por un grupo, su familia, que es lo que tiene y lo que conoce, familia que no se reconoce a sí misma como inadecuada, por no ser tradicional, o mucho menos “incompleta”, por no responder a un modelo; en ella, en los adultos encargados de educarlo, el niño/a o adolescente encuentra o no las referencias necesarias para su desarrollo. Los primeros años de vida y los de la adolescencia son fundantes; en estas etapas el desdibujamiento de las funciones parentales tiene efectos desestructurantes a corto, mediano y largo plazo. En este contexto, considero que lo que los niños viven como incierto o caótico es la degradación de algunas de las funciones de los adultos como tales, entre otras las parentales. ¿Quién quiere ser adulto hoy y hacerse cargo de algo? Rogoff plantea la noción de meta del desarrollo, valiosa para interpretar desde una perspectiva socio-histórica este proceso; cuando no hay un horizonte de desarrollo, una meta, -que es llegar a ser algo-, desaparecen las referencias. Hay que advertir el peso de estas referencias en la configuración de los procesos identitarios.

MM: De acuerdo a mis investigaciones, el estado actual en que se ubica a las nuevas generaciones no es causado por las transformaciones familiares sino que responde a fenómenos por demás complejos con aristas sociales que encuentran anclaje subjetivo en la tentación de alianza (por identificación) con ciertos imaginarios sugestivos y pregnantes -cada vez más hegemónicos- que entienden y sostienen que los niños "nacen niños" y "ya hechos", renunciando a lo más propio de lo humano que es el sostén de las nuevas generaciones y la educación -por la transmisión- a los nuevos integrantes. Eso no implica "adaptación" ni "acuerdo" para que las nuevas generaciones repitan el modelo anterior sino que es imperativo darles un marco de sostén necesario para que pueda ser -incluso- transgredido en la tensión intergeneracional. Niños, niñas y adolescentes, en numerosidad de casos, se encuentran a merced de la intemperie real, imaginaria y simbólica. Sin marco simbólico de referencia y sostén o, lo cual es solidario, sosteniéndose ideales e imaginarios que otorgan al niño la posibilidad de hacerse sujetos por su propia cuenta, sólo los precipitan a lo real sin velo. Al desnudo se enfrentan a la intemperie anímica, a la crueldad sin vacilación, al sinsentido que implica que como adultos podamos resultar espectadores de la escena infanticida contemporánea. Observamos "chicos sin límites", "desatentos", "hiperactivos" también en aquellas familias que ingresan en el modelo llamado tradicional, a los cuales rápidamente se los pretende dopar con psicofármacos -supuestamente legales y avalados por sectores de la comunidad científica internacional- o, ellos mismos intentan proveerse de tóxicos que, no sabiendo que los matan, se les presenta como un recurso que al menos los aleja de lo intolerable, de lo real.

Las generaciones actuales de sujetos homosexuales se han criado, en la mayoría de los casos, en familias constituidas a partir de una pareja conyugal heterosexual.
¿Por qué se les cuestiona socialmente a las parejas homosexuales la adopción de niños?

DF: La aparición en los ’80 de familias homosexuales que reclamaban sus derechos civiles trajo polémicas internas en el movimiento gay-lésbico, cuya existencia data desde hace más de veinte años. Este movimiento se caracteriza por tomar preferentemente el problema de la identidad sexual. Se les cuestiona la adopción, por la identidad sexual que pueden adquirir estos niños. La pregunta que hacen ya da una respuesta. Si no consideramos una relación directa causa efecto, la identidad sexual no se adquiere por el tipo de padres que uno tiene, sino por quien funciona para ese sujeto como modelo identificatorio y ese no es necesariamente el genitor o quien lo adopta.

MC: Porque aún persiste en gran parte del imaginario social una noción errónea de la homosexualidad como perversión, o como tolerada y vistosa excentricidad (un claro aporte de la sociedad del espectáculo). Se advierte no sólo la ausencia de un debate al respecto, sino también y muy nítidamente, la escasa información, clara y genuina, que circula sobre el tema. Es evidente que, al no manejarse socialmente un conocimiento mínimo y consistente sobre la homosexualidad, la gente se vale de estereotipos y prejuicios para interpretarla. Y, cabe señalar que si bien se han reducido en la actualidad algunas prácticas discriminatorias, persisten otras, muy difíciles de remover. La peor de ellas es negar al homosexual su dignidad como persona, y con ella la capacidad de amar y de comprometerse.

MM: Cada época determina sus valores morales hegemónicos y sus posibilidades de transformación. Lo cual implica que lo que se presenta como "sagrado" pueda ser "profanado". En otros tiempos, el nacimiento de hijos por fuera del matrimonio, los convertía en "hijos naturales" o "bastardos"... A mi entender, es absolutamente prejuicioso y alejado de cualquier lectura psicoanalítica que se precie de ser tal, asignar benevolencia al modelo de familia tradicional y demonizar a otras formas familiares. Hay familias y familias. Cualquier causalidad directa -si A entonces B- no responde a lo que el psicoanálisis propone. No existe relación de causalidad directa entre pareja conyugal heterosexual e hijos heterosexuales u homosexuales. Hecha esta salvedad, es indudable e indiscutible que las experiencias vividas hacen a la escritura biográfica bajo influencia del discurso y las contingencias sociales, pero no hay determinismo ni causalidad directa alguna sino aquella establecida por ciertas teorías y ciertos profesionales que ganaron buena prensa al hacerse solidarios de los prejuicios.

¿Es una posición posmoderna -en el sentido de la caída de los ideales del humanismo- decir que no sirve más el modelo en el que la autoridad la ejercía el varón y el lugar de la mujer estaba más relegado a las tareas de la casa y a los hijos? ¿Cree usted que es necesario, a la luz de los desequilibrios que viven los niños y los jóvenes de hoy, volver a ciertos parámetros más tradicionales en cuanto a la distribución de roles parentales?

DF: Considero que mis respuestas anteriores contestan esta pregunta. Aun así, el psicoanálisis hace una lista de cuidados, sin poner en cuestión los estilos de vida. Entre esos cuidados situamos detener el desmantelamiento de los derechos paternos, la reflexión sobre qué quiere decir tener derecho a un hijo como algo suficiente para aceptar por ejemplo, una procreación asistida, donde el padre sea la ciencia. No se trata del universal ni del imperio de la nada. Se trata de un cálculo colectivo. No es la vía de la nostalgia, ni la del “todo vale”. Es saber lo que fue para cada uno su padre, es decir, tener en cuenta la familia en el inconsciente. En resumen, la cuestión de la familia y sus transformaciones es demasiado compleja e importante como para que no se la aborde desde distintas disciplinas. Las variables subjetivas pueden llevar a los estudiosos de la familia a olvidar que lo subjetivo tiene invariantes, es decir que los cambios de la historia inciden, pero sólo a través del prisma de posiciones subjetivas cuyo número y dinámica no son infinitos. No se trata de algo que se puede regular desde la "prevención", sino desde el deseo. El reconocimiento de nuevas formas de convivencia, y de las transformaciones que conllevan, están lejos de una destitución de los marcos diagnósticos y de la psicopatología que las precede y por el contrario amplía las perspectivas del analista que deberá separar, para no caer en impasses, lo que es transformación de lo que es síntoma.

MC: El discurso posmoderno intenta dar cuenta de la disolución de ideas que fueron directrices en la modernidad, asimismo de la incertidumbre, fragmentación y de la disolución del sujeto generalizando sus efectos devastadores e ignorando algunas conquistas en términos de derechos y libertades, como también el reconocimiento del pluralismo y la diversidad de perspectivas y estilos de vida. Para el logro de un precario equilibrio en este contexto se requiere identificar algunos límites, como así también reconocer las fragilidades que impregnan hoy las relaciones intersubjetivas. En el origen de la nueva familias hay padres muy diversos, algunos de ellos lo son para no privarse del placer de tener hijos, por eso tardan en asumir todo lo que implica, en términos de costos personales, cuidarlos y educarlos, sobre todo en una sociedad, que, como indica Lipovetsky (1994) encuentra sumamente escandaloso no querer a los hijos poniendo coto a “la carrera individualista narcisista”. No se puede volver el tiempo atrás, sobre todo en lo que se refiere al rol de la mujer en la sociedad. Tampoco se puede pretender instaurar nuevamente inequidades históricas en el seno familiar, porque se reproducen en el más amplio contexto social. La redistribución de espacios de participación social, cultural y laboral, significan para algunos sectores, importantes pérdidas de tradiciones que, para otros, resulta preciso asumir como promisorios signos de los tiempos. Esta asunción implica, para la construcción de una familia sana, negociaciones y colaboraciones; mutualidad y reciprocidad, en fin, la base de un espacio social justo. Creo que, más que a la mentada crisis de la familia, los desequilibrios que experimentan niños, niñas y adolescentes obedecen a diversos factores. Las múltiples y conjugadas ruptura sociales (políticas, económicas, etc.) perturban los procesos de crianza. Pero, un factor que, por lo menos desde mi análisis resulta decisivo, tiene que ver con la ya mencionada crisis de los adultos. La imposibilidad de los adultos para asumirse como padres; ésta se constituye como imposibilidad de configuración de la infancia y la adolescencia. No se trata entonces de roles de género o familiares, sino, digamos que etáreos o generacionales. Indudablemente hay ciertos parámetros de presencia fundantes para la crianza que deberían constituirse en el entorno familiar, tales como la estructuración de espacios y tiempos, de hábitos, el establecimiento de límites flexibles, el desarrollo de la tolerancia a la frustración, el aprendizaje del diferimiento de la gratificación y otros, que no dependen de si la familia es nuclear y tradicional o no, sino de que los padres (padre-madre, ambos, y/o cuidador/es responsable/es), figuras centrales como educadores en la constelación familiar, los hayan logrado aunque sea mínimamente en sí. Padres inmaduros o adolescentes, resultan poco capaces de asumir los compromisos y responsabilidades que exige educar a las nuevas generaciones. El individualismo, y con el, el repudio a cualquier “sacrificio”, a la autoridad y a la aceptación de límites, indudablemente impactan en los procesos de crianza.

MM: Primero tendríamos que definir posmodernidad y "posición posmoderna", no comparto la tendencia a enunciar el "fin" de las ideologías, de dios o de la infancia. Los discursos que se ubican "posmodernos" no analizan los efectos de discurso que generan. De acuerdo a mis investigaciones, no se trata de ningún fin sino de desplazamientos cuando, lo que antes era asignado como lugar de dios, luego pasó a ser morada del hombre para ser ocupado hoy por el tan mentado mercado que opera sigiloso en las sombras. Lo cual, para sólidas líneas de investigación filosófica contemporánea, resulta la muestra del apogeo del proyecto moderno. No es posible volver al pasado, y mejor que no lo sea ya que debemos considerar el valor de la visibilidad de aquello oculto y silenciado, para tratar de encontrar posibilidades de hacer ante lo que se presenta como inexorable destino, algo diferente. En Infancias Públicas. No hay Derecho (2004) expuse cómo se fue configurando el lugar de las nuevas generaciones desde principios de siglo XX para aquellos que no ingresaban en el "modelo" de familia y de escuela y cómo el sistema les garantizaba el encierro en el intrincado laberinto de la minoridad. Respecto a la segunda parte de su pregunta, las historias singulares nos hablan de biografías con guiones tramados en formas familiares diferentes, en tramas argumentativas distintas; a pesar de que puedan haber sido compartidas con otros ya que cada uno aportará su propio modo de contarla. Estimo que lo más significativo no pasa por la distribución de roles parentales sino por revisar seriamente el lugar que se le otorga a las nuevas generaciones cuando la tolerancia al infanticidio se hace por demás patética. No hace falta señalar los datos estadísticos, basta la mera observación de escuelas, plazas, clubes de barrio deteriorados y/o inexistentes, lugares de socialización y educación que permiten que la vida no quede encerrada de modo exclusivo en lo familiar, sino que se nutra de otros vínculos, otros lazos sociales, otros aportes, intercambios, producción y transmisión de bienes culturales.

Reflexiones finales

DF: Pondría en cuestión el tema de los "adultos" que propone la Lic. Coronado, porque la idea que tengo es que el sujeto no tiene edad. Es decir que por ejemplo, con relación a la adolescencia ubicamos dos momentos: la entrada, pubertad, y la salida, más difícil de situar y más ligada a un sistema simbólico determinado, sistema que establece cuándo un sujeto debe acceder a ciertos lugares, a ciertas responsabilidades. Ubicar la salida tiene el riesgo de caer en una norma que diga qué es lo que se espera, y por lo tanto no es ajeno a ideales compartidos, lo que conlleva el peligro que anticipé en el apartado anterior: la homogeneización o la universalización. Puede además conducir a pensar la adolescencia “evolutivamente” y a adjuntarle términos superadores: la adultez o la maduración. Estos términos son cuestionados por el psicoanálisis justamente porque tienen como meta la adaptación, sin preguntarse por lo particular del sujeto. Anticipadas estas reservas prosigo. En los años 60 y 70, los padres lamentaban que sus hijos se fueran a vivir solos alrededor de los 22 años. Estos padres recordaban que ellos salían del hogar paterno a esa edad, pero casados. Hoy, en los sectores sociales de la clase media no son pocos los padres que se preguntan cuándo se irán estos hijos dependientes que, pasados los 30, siguen viviendo en casa, con apariencia de adultos y comportamientos adolescentes. En esos sectores, la entrada en la vida adulta está marcada por una serie de pasajes. Del estudio al trabajo, del hogar paterno al conyugal, del status de hijo/a al de progenitor. Los sociólogos explican en parte esta cuestión por el desempleo. Así Catalina Wainerman (1997), investigadora del Conicet, informa que en el área metropolitana de Buenos Aires las estadísticas muestran cómo el desempleo se sextuplicó entre 1980 y 1995 para quienes cuentan de 15 a 19 años (del 6,8% al 41,8%). Otro sociólogo, Eliseo Verón, hace una lectura diferente. Dice que los adolescentes actuales son demasiado adultos para ser jóvenes. Conviven con sus padres bajo el mismo techo sin tener problemas, dado que consideran que no hay más conflictos en la familia. Hay una especie de cordialidad, una distancia mitigada. Indicará que la cultura joven pierde especificidad. Por ejemplo, un joven sin trabajo se sentirá más identificado con otro desempleado de cualquier edad que con otro joven de su edad que está cursando materias en la universidad. Señalará que para la mayoría de los adolescentes actuales sus esperanzas son exclusivamente personales. Anthony Giddens (1995) afirma que sólo durante la pasada generación, asumir el propio destino, pasaje de la adolescencia a la adultez, ha significado abandonar la casa paterna. En períodos anteriores, sobre todo para todas las mujeres, salvo una pequeña proporción, dejar la casa ha significado casarse. Habría una búsqueda que no es pasiva. No se trata ya de “esperar al príncipe azul”. No existe ya la lucha por la “libertad sexual”. Se constata el choque entre el amor romántico y el modelo de las relaciones informales. Frente al amor “para siempre” nos encontramos con la sociedad de las separaciones y los divorcios, en los que quizás se esconde, como dice este autor, el ideal de encontrar una persona “especial”. Pero estas ¿no son sólo descripciones? ¿Qué otros factores intervienen para establecer el límite de este período llamado adolescencia? ¿Coincidimos con que el pasaje de “adolescente” a “adulto” está dado por alguno de los parámetros antes mencionados? Aclaremos que biológicamente este tiempo no se ha extendido. La medicina sitúa la adolescencia en el período comprendido entre la irrupción de la pubertad, con los cambios hormonales que conlleva, y la detención del crecimiento determinada por la hormona del mismo nombre, lo que ocurre aproximadamente a los 20 años. Podemos introducir otro parámetro: la relación con el dinero, significante que barre todas las significaciones, y, en tanto tal, ligado a ambos espacios, que sabemos hay que pensar en una dimensión éxtima (neologismo acuñado por Lacan para indicar ni exterior ni interior). En un sentido: ecuación simbólica para Freud con pene, heces, regalo, niño. En otros: dinero como sustituto del amor y dinero con el que se paga cuando no se quiere pagar con “especias”. Dinero que se necesita para salir de la familia y que por lo tanto anuda el espacio familiar con el espacio social. Dinero que le permite consumir, en el momento en que aún no produce. Hablemos ahora de las identificaciones. En la clínica psicoanalítica se afirma que el llamado adolescente se encuentra con una crisis de identificaciones. ¿Cómo se sale de ese infierno? ¿Cómo se dice de a uno en relación con la masa? ¿Cómo se dice de a uno en relación con lo familiar? Más allá de la estructura en juego, se trata del encuentro con el goce en su disyución: posible/imposible. Se trata de la soledad del sujeto frente a las circunstancias del cuerpo propio y del partenaire. Lacan indicará que el adolescente moderno está marcado por dos afectos, el aburrimiento y la morosidad. Ambos ligados a la reducción del Otro al semejante (Otro como diferente, mientras semejante remite a lo especular, a lo no diferente a uno mismo). Rasgos diferentes a los que adjudica al joven Goethe, adolescente del siglo pasado, en “El mito individual del neurótico” (1991b), donde escribirá: “No sin razón Goethe, entonces en toda la infatuación de la adolescencia conquistadora...”. A su vez, Goethe define a la juventud como embriaguez sin vino. Pero ¿son el aburrimiento y la morosidad estados propios del llamado adolescente? ¿Lo son la infatuación y la conquista? ¿Lo es la sensación de embriaguez? Si tenemos en cuenta el discurso actual, era del vacío y de lo efímero, puedo contestar: no necesariamente. Marcelo Esses (1992) sostiene que el ideal del yo social ofertado a los jóvenes contemporáneos queda delimitado como un salto al vacío, generando una masificante y condensada búsqueda de sus marcas a través de los objetos de goce social del mercado y de un atrincherado repliegue al yo ideal en el resguardo de las figuras del consumidor y el espectador. Describe un vacío y goce de la privación que vienen a ocupar el lugar de la relación del sujeto con su deseo, patologías en tanto generadoras de campos de condensación de goce en su ensamblaje de objetos de la pulsión con objetos de goce social. Nombrará así el goce de la a-patía, a-bulia, a-norexia, a-nomia, poniéndolas a cuenta del res-guardo del padre imaginario. Si consideramos la posición de Esses, la adolescencia sería el tiempo de la búsqueda de marcas diferenciales, búsquedas que permitirían cumplir el anhelo de ir más allá del padre y de lo instituido por el Otro social y familiar. Pero al ubicar esa búsqueda en un tiempo, se introduce un límite que sitúa un adolescente ideal, nuevamente universal. Queda por preguntarse si se puede llamar adolescencia al recorrido para al-canzar ese punto de viraje dentro de la estructura, cualquiera sea la edad del sujeto que intenta este giro, diferenciando de esta forma el momento de entrada, la pubertad (polémica también porque obliga a revisar la idea de infancia), del resto del recorrido.

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